martes, 5 de septiembre de 2017

El fantasma en la máquina y la comunicación (2)

Hacia mediados del siglo XVII, René Descartes postuló, entre tantas de sus propuestas filosóficas, la idea de que la mente y el cuerpo son entes separados, y que el pensamiento sólo existe en el tiempo, sin ocupar espacio, en tanto el cuerpo humano es un ente físico que no sólo tiene que ver con el tiempo sino con el espacio real. Naturalmente, Descartes resumía lo que muchos pensadores desde la antigüedad creían: que la mente y el alma son cosas que están separadas del cuerpo físico, y actúan en entornos diferentes.

La teoría cartesiana de la dualidad cuerpo-mente (ésta última como sinónimo del alma) explicaba que el cuerpo (res extensa) es finito, requiere espacio y tiempo, y sigue el determinismo natural. Sin embargo, el alma (res cogitans) es incorpórea e intemporal, por lo que presumiblemente es sobrenatural y eterna, y además, es la responsable del libre albedrío humano. Hay así dos tipos de vida para Descartes: la vida material del cuerpo y la espiritual de la mente. La del cuerpo está sujeta a las leyes naturales deterministas: lo que ocurre no puede ser de otra manera (episteme, como apuntaría Aristóteles), mientras que la mente, debe disponer de libre albedrío o voluntad, que es una propiedad imprescindible, necesaria para la mente (alma). Consecuentemente, toda persona posee de forma intuitiva, conocimiento de los datos de su propia conciencia. También se asume que toda persona puede acceder a lo que pasa por su mente, como si lo percibiera, postulando así “un tipo especial de percepción” interna: la introspección.

De esto, el filósofo británico Gilbert Ryle, expone una conclusión que contrasta con el concepto original de Descartes: si esta hipótesis es cierta, solo podemos hacer suposiciones sobre las otras mentes por la vía indirecta de la observación de la conducta corporal, no pudiendo nunca corroborarse aquello que se infiere de los movimientos corporales similares a los de uno, y de ahí a las operaciones mentales similares a las propias. En estas circunstancias, la existencia de otras mentes distintas a la propia parece obvio y no tiene refutación.

Como muestra de la paradoja que significa separar la mente del cuerpo, Ryle acuña entonces las expresión Ghost in the machine: el cuerpo es visto como una máquina y algunas de sus operaciones son controladas por otro fantasma interior, la mente, que es una “máquina espectral”. Este es el fantasma en la máquina. Hay varios argumentos que señalan que esta dicotomía no tiene sentido, y que proviene de fundamentos teológicos o dogmáticos. Uno de ellos tiene que ver con la comunicación, tema que referiré en las siguientes publicaciones.



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